Hipólito Yrigoyen

El 23 de junio de 1918 en la Universidad de Córdoba, el legislador Alfredo Palacios encabezó una movilización de diez mil estudiantes convocados por la Federación Universitaria de Córdoba, la cual reclamó cambios en los programas de estudio, renuncia de docentes, modernización del sistema universitario y un gobierno tripartito compuesto por profesores, estudiantes y egresados, un movimiento conocido como reforma universitaria, al cual se adhirió al poco tiempo la Universidad de La Plata. Yrigoyen veía con simpatía este movimiento, por lo cual creó nuevas casas de estudio para que las clases medias tuvieran mayor acceso a la universidad. La reforma implementó un cogobierno estudiantil para evitar abusos por parte de las autoridades. El 11 de abril de 1918 fue creada la Federación Universitaria Argentina (FUA), integrada por estudiantes de ciudades como Tucumán, Santa Fe, Córdoba, La Plata y Buenos Aires, y ese mismo día Yrigoyen recibió a la delegación de representantes elegidos por los estudiantes. Según explica Gabriel del Mazo.

«Su gobierno pertenecía al espíritu nuevo, que se identificaba con las justas aspiraciones de los estudiantes y que la Universidad debía nivelarse con el estado de conciencia alcanzado por la República l presidente nombró interventor a José Nicolás Matienzo, quien se encargó de transformar los estatutos de la Universidad de Córdoba y estableció la elección de nuevas autoridades. Sin embargo, ganó el doctor Nores, contrarío a la reforma, lo que provocó la oposición de los estudiantes y, ante el fracaso de la intervención de Matienzo, los estudiantes resolvieron que la huelga sería por tiempo indeterminado. El 21 de junio de 1918 se difundió un manifiesto titulado La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América. En julio de 1918 el gobierno radical mandó al Congreso de la Nación una ley que establecía los tres niveles de instrucción. Se creó la Universidad del Litoral, a petición del Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios, y fue nacionalizada la de Tucumán.34

La reforma universitaria fue proyectada en otros países de América Latina. Precisamente a mediados de 1920, Gabriel del Mazo, que presidía la FUA, firmó un convenio con su par de la Federación de Estudiantes de Perú en el que se comprometían a luchar por el sostenimiento de las universidades populares, y lo mismo ocurrió en México y Chile.34

En la ciudad de Buenos Aires se fundaron treinta y siete escuelas secundarias, y doce institutos de artes y oficios. Además se construyeron 3126 escuelas primarias a lo largo de todo el territorio argentino. Durante los seis años de gobierno el alumnado escolar aumentó en más de cuatrocientos mil niños Se redujo el analfabetismo del 20 % al 4 %. Fue introducido el bachillerato nocturno, de gran concurrencia para la clase obrera. En este periodo se implementó el guardapolvo blanco, para igualar socialmente al alumnado.

Politicas ferroviarias

Buenos Aires, 16 de octubre de 1920. Al Honorable Congreso de la Nación: Tengo el honor de dirigirme a V. Honorabilidad, observando la ley nº 11106, en uso de la facultad que acuerda al Poder Ejecutivo, el artículo 72 de la constitución nacional.

La sanción de V.H., subordina todo el plan de la ley a la organización de una compañía privada, que deberá recibir en propiedad la red actual de los denominados ferrocarriles nacionales, constituida por las líneas denominadas “Central Norte Argentino”, “Formosa a Embarcación” y “Metán a Barranqueras”, y sobre esa base negociar la fusión con la red del Ferrocarril Central Córdoba, Ferrocarril Córdoba y Rosario y Ferrocarril Central-Extensión a Buenos Aires, formando así una compañía por acciones que se denominará “Ferrocarriles Nacionales”.

Antes de entrar al estudio analítico de esa organización, cuya sola financiación nos llevaría fatal e inevitablemente a perder no sólo el dominio de los ferrocarriles del estado, sin compensación alguna, sino el contralor de las tarifas de las empresas particulares, defensivo de la economía del país, tan necesario para el desenvolvimiento de sus riquezas, el Poder Ejecutivo debe reafirmar principios fundamentales, que ya he tenido oportunidad de enunciar, y que informan su criterio y definen lo que constituye su política en materia ferroviaria y en todas aquellas actividades industriales afines con los servicios públicos, o que tiendan a mantener en poder del estado la explotación de fuentes naturales de riqueza, cuyos productos constituyen elementos vitales del desarrollo general del país, en los múltiples aspectos que señalan los progresos de la vida moderna.

Para el gobierno radical toda combinación que asociase el sistema fiscal ferroviario con una compañía particular-privada  resultaria siempre en beneficio exclusivo de esta ultima.

La semana trágica

En diciembre de 1918 comenzó una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos. La industria metalúrgica se había visto profundamente  afectada por la Primera Guerra Mundial e intentaba bajar costos. Los obreros, a su vez, pretendían obtener mejoras en sus condiciones de trabajo y en sus salarios. La huelga pronto se convirtió en un conflicto sindical generalizado que terminó con 700 muertos y cerca de 4000 heridos, y pasó a la historia como la Semana Trágica.

Enero sangriento: una masacre obrera conocida como “la Semana Trágica”La huelga de los 2.500 trabajadores metalúrgicos había comenzado el 2 de diciembre. No pedían demasiado: jornada de ocho horas, salubridad laboral y un salario justo. Para ese entonces los Vasena habían vendido la fábrica a una empresa inglesa, pero seguían gerenciándola. Los antepasados de Adalbert Kriegar Vasena, ministro de economía de Onganía, se mostraron intransigentes frente a lo que llamaban la “insolencia obrera”. Lo que naturalmente puso más “insolentes” a los trabajadores, que decidieron tomar la fábrica y armar un piquete en la puerta del establecimiento en defensa de sus derechos. El señor Vasena tenía buenas relaciones con el gobierno, particularmente con el señor Melo, que además de ser un notable militante radical cercano a Yrigoyen era a la vez asesor legal de Vasena. Y logró que enviaran rápidamente policías y bomberos para castigar la “insolencia” de los explotados organizados.

Todo comenzó el 7 de enero, a eso de las tres y media de la tarde, con un grupo de huelguistas que había formado un piquete tratando de impedir la llegada de materia prima para la fábrica. En ese momento, los conductores que pasaron por donde estaban los huelguistas, develando su verdadera función, comenzaron a disparar sus armas de fuego contra los trabajadores. Al grupo de rompehuelgas se sumaron inmediatamente las fuerzas policiales que estaban destacadas en la zona desde el comienzo de la huelga. Se vivió un clima de pánico en el barrio, la gente corría a refugiarse donde podía.

Cuando terminó de escucharse el ruido ensordecedor de los balazos el saldo fue elocuente: cuatro muertos. Tres de ellos habían sido baleados en sus casas y uno había perecido a causa de los sablazos propinados por la policía montada, los famosos “cosacos”. Hubo además, más de 30 heridos. Según La Prensa fueron disparados más de 2.000 proyectiles por unos 110 policías y bomberos. Sólo tres integrantes de las fuerzas represivas fueron levemente heridos. (…)

La historia oficial no recoge los nombres de los muertos del pueblo. Ellos fueron: Juan Fiorini, argentino, 18 años, soltero, jornalero de la fábrica Bozzalla Hnos., que fue muerto mientras estaba tomando mate en su domicilio de un balazo en la región pectoral; Toribio Barrios, español, 42 años, casado, recolector de basura, muerto en la avenida Alcorta frente al número 3189, de varios sablazos en el cráneo; Santiago Gómez Metrolles, argentino, 32 años, soltero, recolector de basura, de un balazo en el temporal derecho mientras se hallaba en la fonda de avenida Alcorta 3521, de Lázaro Alberti; Miguel Britos, casado, jornalero, muerto a consecuencia también de heridas de bala. Según el propio parte policial que reproduce La Nación, ninguno fue muerto en actitud de combate, ninguno estaba agrediendo a las fuerzas represivas.(…)

Frente a la gravedad de los hechos, uno de los causantes de toda esta tragedia, don Alfredo Vasena, se dignó a reunirse con los delegados gremiales en el Departamento de Policía y les ofreció la reducción de la jornada laboral a 9 horas, un 12 % de aumento de jornales y admisión de cuantos quisieran trabajar. Como la reunión se hizo larga, se decidió continuarla al día siguiente en la propia fábrica. Los obreros llegaron puntualmente a las diez, pero don Vasena se negó a reunirse argumentando que entre los delegados había activistas que no pertenecían a su plantel.

Los obreros armados de cierta paciencia conformaron otra delegación que presentó el pliego de condiciones de los huelguistas: jornada de 8 horas, aumentos de jornales comprendidos entre el 20 y el 40 %, pago de trabajos y horas extraordinarias, readmisión de los obreros despedidos por causas sindicales y abolición del trabajo a destajo. Vasena prometió contestar al día siguiente y, a pedido de los obreros, ordenó que dejaran de circular las chatas de transportes. Pero los hechos se iban a precipitar.

La masacre del cementerio

A eso de las tres de la tarde partió el cortejo fúnebre encabezado por la “autodefensa obrera”, unos cien trabajadores armados con revólveres y carabinas. Detrás, una compacta columna de miles de personas, “el pobrerío” como les gustaba llamarlos a los pitucos. El cortejo enfiló por la calle Corrientes hacia el Cementerio del Oeste (La Chacarita). Al llegar a la altura de Yatay, frente a un templo católico, algunos manifestantes anarquistas comenzaron a gritar consignas anticlericales.

La respuesta no se hizo esperar: dentro del templo estaban apostados policías y bomberos que comenzaron a disparar sobre la multitud cobrándose las primeras víctimas de la jornada. Al paso de la columna por las armerías, éstas eran asaltadas por algunos de los manifestantes que “expropiaban” armas cortas, carabinas y fusiles para “la revolución social”.

Aproximadamente a las 17 horas de aquel 9 de enero la interminable y conmovedora columna obrera llegó a la Chacarita, la gente se fue acomodando como pudo entre las tumbas y comenzaron los discursos de los delegados de la FORA IX.

En primera fila estaban los familiares de los muertos. Madres, padres, hijos, hermanos desconsolados y acompañados en el dolor y la necesidad de justicia por miles de personas.

Mientras hablaba el dirigente Luis Bernard, surgieron abruptamente detrás de los muros del cementerio miembros de la policía y del ejército que comenzaron a disparar sobre la multitud. Era una emboscada. La gente buscó refugio donde pudo, pero fueron muchos los muertos y los heridos. Los sobrevivientes fueron empujados a sablazos y culatazos hacia la salida del cementerio.

Según los diarios, hubo 12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de 100 muertos y más de cuatrocientos heridos. Ambas versiones coinciden en que entre las fuerzas militares y policiales no hubo bajas. La impunidad iba en aumento.

La impunidad iba en aumento. No había antecedentes de semejante matanza de obreros.

Pese a todo, el pueblo movilizado no se amilanó y siguió en la calle exigiendo justicia y pidiéndoles a sus dirigentes que continuara la huelga general, cosa que efectivamente ocurrió.

La agitación seguía, y mientras se producía

la masacre de la Chacarita un nutrido grupo de trabajadores rodeó la fábrica Vasena y estuvo a punto de incendiarla. En el interior del edificio se encontraban reunidos Alfredo Vasena, Joaquín Anchorena de la

Asociación Nacional del Trabajo y el empresario británico comprador, que ante el devenir de los hechos pidió protección a su embajada, que rápidamente se comunicó con la Casa Rosada desde donde partió el flamante jefe de policía y futuro vicepresidente de Alvear, don Elpidio González, a parlamentar con los obreros y pedirles calma.

No era el mejor momento y no fue bien recibido. La comitiva encabezada por el funcionario fue atacada, y el propio auto del jefe de policía fue incendiado por la multitud. González debió volverse en taxi a su despacho, pero envió a un grupo de 100 bomberos y policías armados hasta los dientes que dispararon sin contemplaciones sobre la multitud, provocando -según el propio parte policial- 24 muertos y 60 heridos.

En toda la ciudad se produjeron actos de protesta expresando la indignación de los trabajadores por la acción represiva del Estado.

Patagonia rebelde

Otro hecho de violencia extrema es conocido como la Patagonia rebelde, cuando, en una rebelión en la provincia de Santa Cruz, Patagonia argentina, entre 1920 y 1921, se organizó una huelga contra la explotación de los obreros por parte de sus patrones, para exigir mejoras laborales. En noviembre de 1920, la Sociedad Obrera de Río Gallegos, bajo el liderazgo del anarquista Antonio Soto (con influencias de la revolución rusa de 1917), declaró una huelga por mejoras en salarios y viviendas para los peones rurales. Al poco tiempo, la huelga se propagó a toda la provincia de Santa Cruz. Los terrenos fueron ocupados por activistas, quienes tomaron como rehenes a sus patrones, sin uso de la violencia, si bien se llegaron a librar batallas campales con la policía. En este marco, el gobierno mandó al frente del regimiento al coronel Héctor Varela para intentar atenuar el conflicto. El teniente Héctor Benigno Varela habló con los obreros para llegar a un acuerdo, lo que normalizó la situación. Sin embargo a fines de 1921 se produjo un descenso brusco del precio de la lana, lo que causó una importante cantidad de stock acumulado y provocó una disminución importante del precio del producto. El mayor problema era que los obreros tenían una próxima esquila, lo que empeoraba la situación. Para evitarlo los obreros tomaron nuevamente las estancias, otra vez cautelosamente sin violencia, e incluso algunos propietarios se adhirieron al reclamo por considerarlo justo. Pero la huelga terminó siendo reprimida por el ejército al mando del teniente Héctor Benigno Varela junto a dos regimientos de caballería.

Varela llegó a capturar a diez carabineros chilenos que estaban luchando junto a los huelguistas y disparaban contra los soldados argentinos; cabe destacar que la Patagonia estaba ocupada en gran parte por ciudadanos chilenos. Varela exigió a los huelguistas que volvieran a sus actividades, prometiendo mejoras para ellos y sus familias; de no hacerlo en el plazo de un día, Varela dijo que se los forzaría y que fusilaría a quien disparara a su tropa, y dictó una resolución en donde decía que cualquier obrero armado sería fusilado sin más tratamiento. Tras la negativa respuesta de los trabajadores, centenares de obreros fueron fusilados, en parte porque Varela no había recibido instrucciones precisas por parte del gobierno. Otros cientos de obreros fueron capturados y recluidos.

Segunda presidencia de  Hipólito (28-30)  y derrocamiento…

Hacia 1924 el radicalismo se dividía en antipersonalistas e yrigoyenistas. Los antipersonalistas, seguidores de Marcelo Alvear, se manifestaban en contra de la política personal del caudillo. Los personalistas o yrigoyenistas se autodefinían como los verdaderos intérpretes del carácter popular, revolucionario, transformador y americanista del radicalismo, y acusaban a los primeros de ser una forma encubierta del conservadorismo.

El enfrentamiento entre ambas facciones se agudizó al terminar el mandato de Alvear, y van por separado a las siguientes elecciones de 1928, en las que el viejo caudillo Irigoyen obtiene una victoria arrasadora sobre los otros candidatos. A estos comicios se los llamó el plebiscito porque Irigoyen logró acumular el doble de los votos que todos los demás partidos reunidos. Tal apoyo popular que pareció instalarse definitivamente, fue cediendo prontamente ante el descontento generalizado que provocó la funesta repercusión que tuvo en nuestro país el inesperado crack de la Bolsa de Nueva York en 1929 y sus extendidas consecuencias.

Los efectos de la crisis mundial se hicieron notar en el país: se desvalorizó la moneda, los precios de nuestros productos agropecuarios cayeron notablemente, ello acarreó el aumento del desempleo y un deterioro considerable en la calidad de vida de la población.

La acción obstinada en el Congreso, tanto de conservadores como de los antipersonalistas, de poner obstáculos a la tarea del gobierno, se juntó a la precaria salud del presidente, lo cual agravó la situación. Azorada la oposición al ver que sería muy difícil el desplazamiento del radicalismo en elecciones libres, con actitudes antidemocráticas, mediante una campaña feroz en los diarios, seguida de intensas agitaciones en las calle, terminaron por socavar la figura presidencial y provocó el descreimiento del sistema republicano.

Los hombres que rodeaban al presidente Irigoyen se mantuvieron demasiados confiados en la mayoría que habían obtenido y no llegaron a comprender el escenario que se avecinaba. Las advertencias sobre una conspiración tramada para derrocarlo fueron desoídas por el presidente, que rodeado de su círculo intimo, se encontraba aislado, careciendo de comunicación, inclusive con sus propios funcionarios.

Al deteriorarse considerablemente la salud del presidente, se vio obligado a delegar el mando en su vicepresidente, quien inmediatamente decretó el estado de sitio, pero ya era demasiado tarde para encaminar la situación.

Al amanecer del 6 de septiembre de 1930, una columna del Colegio Militar, al mando del general José Félix Uriburu, se dirigió a la Casa de Gobierno para exigir la renuncia del Vicepresidente, no hallando  resistencia alguna.

Al enterarse, Irigoyen se dirigió a la ciudad de La Plata para, desde allí, intentar recuperar Buenos Aires, pero el ejercito no respondió a su mando. Al día siguiente presento su renuncia, e inmediatamente fue detenido y conducido a la isla Martín García donde quedó recluido. Había ocurrido el primer golpe militar contra un presidente en legítimo ejercicio de nuestra historia.