ROBO A LA VIRGEN DE LUJAN

SACRILEGIO

El 19 de septiembre de 1897, desde las páginas de la revista del Santuario de Luján, su párroco y capellán, el lazarista Jorge María Salvaire, consternado y dolorido, anunciaba el robo de la corona bendecida por el papa León XIII y de otros objetos que adornaban a la Santa Imagen. Se trataba, como es de suponer, de una noticia difícil de creer, que producía estupor y sumía en aflicción a la Villa de Luján y a todo pueblo argentino. Se estaba en presencia de un inaudito “robo sacrílego”, perpetrando contra la Patrona de la Patria, de amplias repercusiones en Uruguay y Paraguay, las dos repúblicas hermanadas con idéntico patronazgo.

Pero ¿cómo se había realizado tamaño robo? El miércoles 15 de septiembre, el hermano Antonio, sacristán del Santuario, al encaminarse, como de costumbre, a abrir las puertas, notó por una hendija del nicho del Camarín una luz bastante intensa que le llamó la atención. Al ingresar comprobó algunos signos que lo alarmaron: la ventanita destinada a iluminar la escalera que conduce a dicho recinto se encontraba rota, faltándole dos barrotes de la reja protectora, muestra evidente que alguien había ingresado durante la noche. Acto seguido, al contemplar la Santa Imagen percibe, presa de indescriptible asombro, que ésta había sido despojada de sus joyas y vestidos, habiendo quedado la talla completamente descubierta. De inmediato el compungido sacristán da cuenta de la noticia al sacerdote cuyo cuarto se encontraba más próximo al templo, Luis Antonio Naón, quien, ante la ausencia de Salvaire, en ese momento en Buenos Aires, alertó a la policía. En medio de la lógica confusión inicial, de inmediato se da comienzo a la búsqueda de los intrusos con la participación de un sargento y tres agentes.

Al clarear el día la población de la Villa recibió en medio de gran congoja la noticia del robo; y muchos corrieron azorados al Santuario para enterarse de los detalles del inaudito atropello. Incluso los obreros de la Basílica en construcción, cerca de cincuenta hombres, unos a caballo y otros a pié, participaron en la busca de los responsables por calles y campos vecinos; a los que sumaron algunos vecinos notables con idéntico fin.

En cuanto al modo en que se concretó el robo, las primeras informaciones establecieron que los ladrones ingresaron por la calle General Pintos, o sea, por el lado del puente sobre el río, donde se encontraron rastros de los mismos. Para asegurarse la huida (no perderse al regreso dentro de los vericuetos de la Basílica en construcción), tomaron la precaución de tender un ovillo de hilo, desde la puerta de ingreso al obrador (rodeando el ábside) hasta la ventanilla externa del camarín (viejo Santuario), que les sirviera de guía en caso de necesidad.

Salvaire procedió a confeccionar el listado de los objetos robados, entre los cuales se contó como el principal y de mayor mérito la corona confeccionada en París y bendecida por León XIII, evaluada en su momento en 40.000 francos. El número de piedras preciosas incrustadas en la misma eran de 365, entre brillantes, rubíes, zafiros, topacios, turquesas, esmeraldas, amatistas, ópalos, etc.; y más 165 perlas de mucho valor por su tamaño. También se llevaron el vestido, manto y cabellera que cubrían la Santa Imagen; y junto con ellos los objetos que la adornaban: un pequeño rosario con cruz de oro; una gargantilla con 22 brillantes de tamaño regular; un collar de perlas, teniendo en su extremo un corazoncito con un rubí en el centro y alrededor varias chispas; una cadena de oro que sujetaba una cruz de topacio; la aureola con 11 estrellas de oro que rodeaba la corona y contaba con 38 brillantes de mayor a menor; la gloria o haz de quince rayos de plata en que estaban incrustadas varias piedras de valor, colocada detrás de la Imagen, de 80 cm. de alto por 50 cm. de ancho.

A lo cual se sumaba la media luna de plata con 25 valiosas piedras, ornamentada con dos escudos esmaltados, que se encontraba colocada a los pies de la Virgen; dos coronas más de oro, una de las cuales era la antigua que había tenido puesta durante muchos años antes de la coronación pontificia; y dos corazones grandes de plata dorados con otro estuche de metal, que contenían algunos papeles escritos.

Un artículo aparecido en la revista Caras y Caretas en 1905, da cuenta de cómo fueron los hechos, según el comisario Carlos G. Costa, quien estuvo a cargo de la investigación:

Pasaré por alto los detalles minuciosos de la pesquisa, para concretarme al episodio que tuvo más realce en el transcurso de las indagaciones y que puso a ellas un término felicísimo, puesto que los autores del robo de las valiosas alhajas sustraídas cayeron a los pocos momentos en manos de la policía. De la inspección ocular que se practicó en el lugar del hecho, se dedujo que los autores debían ser peritos en toda suerte de lances como el que nos ocupaba. Los barrotes de la ventana que da frente al camarín de la Virgen, habían sido cortados con mano maestra. La manera de introducirse y de cortar los cristales del nicho, cubriéndolos con una pasta de afrecho y aceite de linaza, para que al caer no hicieran ruido; la falsa pista que habían hecho los ladrones al escapar con las alhajas; el misterio de que rodearon el hecho y la astucia que emplearon para llevarlo a cabo; justificaba la sospecha de que no eran ladrones vulgares los que con tanto acierto scruchante procedían.Iniciada la campaña con el interés que es de suponer tratándose de un robo que ascendía a sesenta mil pesos, echados los hilos de una serie de pesquisas combinadas, la policía de la Capital adquirió el convencimiento de que los únicos autores del sacrílego o robo, debían ser cuatro sujetos sospechosos que dos días antes habían partido para Luján, y que a la sazón debían encontrarse en la granja del señor T.., situada en General Rodríguez.En compañía del comisario de la provincia salí, de noche para dicho establecimiento, sorprendiendo a los moradores de él para evitar una posible escapatoria de los malhechores, en el caso de que estuvieran allí. Después de adoptadas todas las medidas que se hacían necesarias para conseguir el fin propuesto entré de lleno en las funciones de mi cargo, atemperando mi nerviosidad en todo lo posible, pues cualquiera ligera indiscreción podría malograr el trabajo como se dice en lenguaje casi oficial.Entre los nombres que me dio el dueño de la chacra, figuraban los de los individuos que suponíamos culpables, los que dormían en compañía de otros peones, en unas habitaciones separadas del cuerpo principal del edificio. Todos los peones fueron sacados de sus lechos y los inspeccioné al aire libre, apartando del grupo de la peonada a Angel Mimoso (a) Barba, Néstor Mezzadri y a la mujer Josefina Zesvase, mujer de Cleto, a quien se suponía complicado en el asunto.Todos permanecían impasibles y contestaban con una tranquilidad aparente a las preguntas que les dirigía, hasta el extremo de hacerme sospechar que había sufrido un error y que aquellos individuos eran perfectamente inocentes. Sólo uno de ellos, Néstor, iba perdiendo la serenidad y el aplomo que tenía al principiar el interrogatorio. Le pregunté bruscamente que dónde estaban la corona y las alhajas robadas a la Virgen de Luján y no pudo reprimir un temblor convulsivo que yo noté y me dio la clave de la pesquisa. Me aparté con él y empecé a pasear por allí, observando a Néstor detenidamente. Al llegar cerca de un chiquero, éste volvió á temblar… y sin preguntarle nada más pedí una pala y le hice que cavara en aquel mismo sitio, en cuya faena le ayudé yo. A los pocos minutos apareció a nuestros ojos una bolsa de arpillera, donde se hallaban las alhajas robadas, un crisol, un cortafierro y unas limas de acero.

El escalofrío del culpable, nos hizo dar con el robo y con los ladrones en la cárcel. Una circunstancia curiosísima que debo hacer notar es esta: El mismo día que el comisario Otamendi tuvo noticia del hecho, escribió en un papel los nombres de los que él suponía autores del robo y se lo entregó bajo sobre al R. P. Salvaire. Cuando prendí a los malhechores, Otamendi volvió a ver al capellán de la Basílica y ¡cuál no sería la admiración de éste cuando abrió el sobre y se encontró con los nombres de los individuos que acababan de caer en las garras policiales!”.

Una vez recuperadas las joyas, el 7 de noviembre de 1897 se realizó la peregrinación anual al Santuario, organizada como siempre por la Arquidiócesis de Buenos, con participación de peregrinos provenientes de distintos puntos del país. En esta ocasión, tres fines convocan a los peregrinos: 1º) Ofrecer un acto multitudinario de desagravio a la Patrona de la Patria por el robo de la corona y joyas consagradas a Ella; 2º) Asistir al acto de restitución de la corona a la sagrada Imagen de Luján por parte del Arzobispo Uladislao Castellano; y 3º) Participar de la solemne procesión con su milagrosa Imagen por las calles principales de la Villa.

Corona de la Virgen

Su forma es la de Corona Imperial, de estilo gótico y florido, compuesta de fino oro macizo con engarces de piedras preciosas, pesa un total de 500 gramos; de unos 13 cm. de diámetro y unos 14 cm. de altura hasta la cúspide de la cruz. La corona luce 8 escudos: los de Argentina, Uruguay, Paraguay, España, el del Papa Pío IX, el de S.S. León XIII, y los de Monseñor Aneiros y Mons. Castellano ya que ambos coronaron la imagen de la Virgen. Finalmente una aureola compuesta de doce estrellas a seis puntas circunda la corona ciñendo las sienes de la Virgen.

Confeccionada en poco más de un mes por la Casa “Poussielgue Roussand” por encargo del Padre Salvaire; la bendijo luego León XIII el 30 de septiembre de 1886. La coronación ante unas 40.000 personas tuvo lugar el 8 de mayo de 1887.

Tal cual se indicó precedentemente, fue robada el 15 de setiembre de 1897, aunque más tarde fue encontrada y restaurada en la Casa Gotuzzo y Costa, de la ciudad de Buenos Aires, bendecida y colocada nuevamente sobre las sienes de la Virgen por Mons. Uladislao Castellano, Arzobispo de Buenos Aires, el 7 de noviembre de 1897.

Ya que la Imagen fue confeccionada por entero en arcilla, el paso del tiempo y los constantes cambios de vestimenta ritual hicieron inevitable su deterioro por lo que se la preservó dentro de una cubierta de plata que sólo dejó a la vista rostro y manos originales. Dicha cubierta, (mandada a hacer en 1904 por Juan Nepomuceno Terrero, Obispo de La Plata –Diócesis a la que por ese entonces pertenecía Luján-) de autor anónimo, es de perfil cónico y está compuesta de dos piezas que se unen en el costado de la imagen.


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