UN SOBREVIVIENTE DE BARRANCA YACO

LA MASACREY EL TESTIGO

La masacre que se dio cita en Barranca Yaco, Provincia de Córdoba, aquel luctuoso 16 de febrero de 1835 en que fuera cegada la vida del brigadier general Juan Facundo Quiroga, dejó un paisaje lleno de cadáveres desparramados en la soledad de aquellas comarcas.

Pedro De Paoli, el más enjundioso biógrafo del “León de los Llanos” (1), afirma que, además de Quiroga y su secretario privado, el coronel mayor José Santos Ortiz, mueren otros 16 desgraciados, cuyos cuerpos inertes son abandonados previo el saqueo de objetos, maletas y demás bienes que llevaban consigo las galeras y diligencias que acompañaban la infausta caravana (2).

El mismo autor De Paoli va a citar al Restaurador Rosas, quien al enterarse del crimen escribe que a pesar de todos los asesinados han logrado escapar de la escena “sólo el correo que venía y un ordenanza que fugaron entre la espesura del monte”. (3). Coincide en la apreciación don Carlos Ibarguren, al sostener que “Todos los acompañantes son asesinados, menos dos que huyeron escondiéndose entre los árboles”.

Precisamente, “el correo”, que en verdad se llamaba Agustín Marín, “seguía la galera como a diez cuadras, alcanza a ver el espectáculo y vuelve grupas para llevar la noticia a la posta”, advierte Cárdenas en una nota de mediados de 1967 (4). Por Marín es que la noticia cunde rápidamente por las provincias mediterráneas, primero, y luego, a matacaballos, por toda la Confederación Argentina.

Entonces, vale la pregunta retórica: ¿qué había ocurrido con estos heroicos sobrevivientes de la sangría, del holocausto del brigadier general Quiroga, el hombre que estaba destinado a dirigir los grandes destinos nacionales junto a Rosas?

El ordenanza Funes

Deambulaba un buen día por los pagos de San Juan un joven gaucho que, por algún motivo, había levantado las sospechas de la policía local. Al preguntársele por su nombre, afirma llamarse Santos Funes, “asistente u ordenanza de Quiroga: se hizo perdiz después de Barranca Yaco”, cuya escena dantesca y llena de pavoroso terror logró observar desde algún agreste escondite que la mano de la naturaleza había ubicado allí.

Barranca Yaco

Advertidas las autoridades policiales sanjuaninas de lo valiosísimo de su palabra, el Juez de Paz de San Juan le tomó testimonio a don Santos Funes el 24 de mayo de 1836, constituyéndose, acaso, en una fuente imparcial que, expresada con la sencillez del hombre de campo, no dejó ningún detalle al azar. Casi nadie se acordó del ordenanza Santos Funes, uno de los dos únicos que sobrevivieron a la carnicería desatada contra la humanidad de Quiroga y sus colaboradores de regreso a Buenos Aires.

A continuación, y respetando la ortografía de la copia fiel que descansa en el Archivo General de la Nación (AGN), Legajos Quiroga, el testimonio del paisano Santos Funes:

“Mayo 24 de 1836. Ante el juez de Paz de San Juan dijo:…qe tres o cuatro días antes de salir de Santiago pa Buenos Ayres le mandó (el Gral. Quiroga) al declarante, acomodar en el baúl cuatro bolsas de dinero, una de plata sellada y las otras de onzas de oro sellado, qe en las de plata habían tresientos treinta y tres qe el declarante contó por su mandato, al acomodarlas en dicha bolsa. A más de esa plata un paquete de escudos de oro sellado cuyo volumen de uno de diez cartuchos de fusil, qe en cada bolsa de las onzas, habría, comparando su bulto con el de las de plata, doscientas cincuenta, pues aparecían un poco de menos bulto con el de las primeras. Que con respecto a las prendas, qe tenía cuatro mantas, una de vicuña con este color y fleco verde, otro qe le regalaron en Santiago embuelta en un pliego de papel qe le parece sería de seda o vicuña muy fina, y las otras dos de color azul también muy finas, una capa dos chaquetas, dos levitas de paño, le parece que cuatro pantalones de paño, y otros tantos de brin, dos chalecos, uno de color negro y otro tinto, ambos de paño, veinte y unas camisas de hilo, y dos docenas de calzoncillos de lo mismo; le parece que una docena de pares de medias blancas de algodón y tres de seda negra, quince pañuelos de seda, entre del cuello y de mano, tres pares de zapatos abotinados, un relox de oro, un par de pistolas de chispa, dos sortijas de oro, no se fijó, si con piedras o luces porque estaban embueltas en un papel en el baúl; un sombrero de pelo negro forrado en hule, una cartera que tenía adentro un mondadientes de oro y entre otros papeles algunos billetes de banco, dos pares de huantes, una corena de suspensores bordados con hilo de oro y seda de color; su cama que se componía de seis sábanas de hilo, de un colchón, dos almoadas, cuatro fundas, una fresada, una sobre-cama santiaguina, y una colcha de algodón blanca, un jarro de plata y un cubierto con cuchara de plata, que es todo lo que recuerda haberle visto al Sor. General.

Pregdo si vio qe fin tubo el dinero y prendas qe ha referido dijo qe viniendo el declarante un poco atrás de la galera, con el asistente Flores y el correo Marin[5], en distancia como una quadra, oyeron la voz de haga alto esa galera y una descarga como de cinco o seis armas, qe á esto se apresuraron con Flores acia la Galera, quedándose el correo atrás, y vio caer tres de los qe la tiraban y qe así qe se acercaron se desmontó Flores con el sale en la mano y recibió un balazo en una rodilla, qe á este tiempo vió que el Sor General se asomó pr la ventana y disparó dos pistolas y haciéndole una descarga como de tres armas le vio caer para atrás y entonces el declarante disparó, haviendo visto que los asesinos estaban vestidos en número de diez o doce, vestidos de ponchos azules y el que se estava en la caveza, en un caballo castaña.

Qe habiéndose reunido en su fuga con el correo, estubieron ocultos un rato y luego se dirigieron a Sinsacate donde dijo al juez que el declarante era asistente de D. José Santos Ortiz y no dijo qe lo hera del gral. por temor, y dió aviso que unos gauchos habían abanzado la Galera y por lo qe había visto, el señor General y todos sus compañeros eran muertos, qe el juez le contestó: boy a reunir gente pa hir a ver y habiéndose reunido como ocho, fueron con el declarante donde estaba la galera y la encontraron como tres cuadras fuera del camino donde la asaltaron, al Naciente y allí todos los muertos, entre éstos el seño General, Don José Santos Ortiz y Flores, en pelota, y que habiéndose bajado del caballo, el declarante entró en la Galera y encontró solo los almoadones, las pistoleras del Sor General, una olla de fierro y baul de D. José Santos deschapado y vacío, qe de ayí llevaron la Galera y dentro el cuerpo del Sor General a Sinsacate y qe por todo esto supone qe los que asaltaron la Galera también saquearon todo cuanto había en ella…” .

Muy poca información existe sobre José de los Santos Funes, que así era su nombre completo. Anota el Dr. Arturo Pellet Lastra, que este Funes a la edad de 15 años había entrado de “conchabo” para asistir al brigadier general Quiroga por recomendación del Dr. José Santos Ortiz, su secretario privado.

El pobre Funes dejó otro testimonio, según parece, de todo lo vivido en febrero de 1835, que fue recogido en la obra Barranca Yaco. Vida y muerte de Juan Facundo Quiroga, del historiador Daniel Mastroberardino. Allí expone que Funes, al contemplar la notoria inferioridad numérica de los atacados respecto de los atacantes, “pensó que era mejor escapar de allí en busca de ayuda”, motivo por el cual “Volvió a montar y tiró de las riendas sin pensarlo con el único talento de protegerse y salir con vida, así es que volvió grupas (…) y se metió en un chañar para esconderse”. Al notar, en un momento dado, que el arbusto se movía, Santos Funes estuvo a punto de disparar su pistola, pero advertido por el grito de “¡Alto, compañero!” que le propinó una voz, se dio cuenta de que era su jefe, el correo Agustín Marín. En medio de la matanza, Funes y Marín se ocultaron hasta que los asesinos escaparon con los cuerpos, la galera y las maletas que, alojadas a cierta distancia, fueron profanados y saqueados sin piedad.

Una investigación realizada por el Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas en la década de 1940, precisó que los padres de Santos Funes se llamaban Úrsulo Funes y Feliciana Guiñazú, casados el 19 de enero de 1816, unión de la cual tuvieron una prole numerosa compuesta de 13 hijos, entre los que estaba Santos.

Otro dato que se obtiene de este sobreviviente de Barranca Yaco es que contrajo nupcias con Práxedes Guiñazú Segura (6) en la Iglesia San Nicolás de Tolentino, Mendoza capital, el 5 de febrero de 1847, teniendo ambos cónyuges, siempre en potencial, una sola hija, doña Erminia Funes Guiñazú. Probablemente don Santos Funes haya visto el ocaso en el año 1897.

Referencias

(1) Ese sería, según fuentes avezadas, el verdadero sobrenombre dado a Juan Facundo Quiroga por sus propios partidarios federales. El de “Tigre de los Llanos” lo habrían impuesto los unitarios, particularmente José Mármol, para acentuar la ferocidad y la “barbarie” del gaucho riojano Otra versión, es que Quiroga se había hecho acreedor, al parecer, de haber dado muerte con sus propias manos a un tigre. A Rosas, tomando idénticas visiones de supuesto “atraso” o “barbarie”, sus enemigos políticos solían llamarlo “Caníbal de Buenos Aires” o “Salvaje inculto de las pampas”, entre otros apodos.
(2) Ni siquiera dejan con vida a un postillón de 12 años que, aterrado al ver a los asesinos que comanda el capitán Santos Pérez, es pasado a degüello.
(3) De Paoli, Pedro. “Facundo”, Editorial Plus Ultra, página 486.
Esta misiva la redacta Rosas el 3 de marzo de 1835 desde la Estancia “San Martín” o “Virrey Del Pino”, Partido de La Matanza, Provincia de Buenos Aires. Hoy funciona allí el Museo Histórico de este Partido, el cual lleva por nombre “Brig. Gral. Juan Manuel de Rosas”.
(4) Marín hace la denuncia del horrendo y cobarde crimen ante el Juez de Paz de la Posta de Sinsacate, don Pedro Luis Figueroa.
(5) El declarante seguramente quiso referirse a don Agustín Marín, quien ejercía como “correo extraordinario” o “correísta supernumerario” de la Provincia de Buenos Aires, motivo por el cual tenía mayor jerarquía que el ordenanza Funes. De Paoli lo anota también con el apellido “Martín”. Al momento en que presenció el crimen, Marín contaba 26 años de edad. En un museo de Montevideo, Uruguay, se conservaba hasta hace unos años la petaca que ese día ingrato portaba Agustín Marín entre sus pertenencias.
(6) Otros nombres de pila serían Panfedis o Pangida

Por Gabriel O. Turone

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