EL CHACHO Y JUAN FACUNDO QUIROGA
EN LA RIOJA…
Los años desenvuelven la madeja de los acontecimientos y La Rioja se apresta, día a día, a contribuir con su esfuerzo generoso a la organización nacional. Tiempos heroicos. Juan Facundo Quiroga, al frente de sus gauchos indómitos, presenta batalla en todos los campos de la patria, en defensa de la justicia y de la libertad.
Un día, El Tigre de los Llanos, después de llegar a Chepes, para asistir a la inauguración de una capilla, recibe la visita de oscuros gauchos del lugar. Y hay uno que le dice, entre admirado y orgulloso:
– Mi general: en Güaja hay un hombre joven, de fuerza extraordinaria y habilísimo para el puñal o la lanza. Acaba de llegar de Chile…
Facundo mira lejos y la luz de sus ojos se enciende súbitamente. Se pasea un momento. Y, plantándose en seco, le ordena:
– Haga un propio y vaya en el acto a verlo. Dígale que lo llamo yo.
El gaucho monta a caballo y sale al galope tendido… Quiroga, reminiscente, se repite:
– Debe ser un muchacho Peñaloza. Es de buena descendencia…
Pasea nuevamente por la galería de la casona de Chepes, en tanto sus espuelas dejan escapar un ruido metálico y grave.
Chepes. Es el alba. Un fuerte viento mece los añosos algarrobales de la plaza polvorienta y desierta. Frente a una casona antigua, un joven rubio de ojos azules se desmonta del caballo. Lo ata al palenque. Y, después de dirigirse a la casona, detiénese bruscamente en la puerta principal.
Al golpe de los aldabonazos, la puerta de algarrobo se abre de par en par.
– Ave María Purísima…- saluda desde la casona, un hombre moreno, de chiripá y rebenque en mano.
– Sin pecado concebido… Viene aquí Angel Vicente Peñaloza.
Una pausa. Y, al instante, resuena el taconeo enérgico y severo, de botas gauchas. Silencio emotivo: Juan Facundo Quiroga y Angel Vicente Peñaloza encuéntranse frente a frente. El Tigre de los Llanos lo palmea afectuosamente. Y le invita a acompañarle.
En la casona, hay un patio amplio y aromado de jazmines del país. Muchos gauchos bailan al compás de la guitarra. A la distancia, airosas mujeres, de trenzas negras, seban mate, mientras murmuran y miran al Chacho.
– Sé que este muchacho es de buena descendencia, porque es de los Peñaloza –dice Facundo-. Pero debo reprocharle. Tengo noticia que anda cometiendo faltas. Y es bueno que se enmiende, porque será a favor de nuestra causa.
El Chacho, humildoso, lo mira fijamente. Y le responde:
– Si así lo comprende, mi general, comprometo mi palabra de caballero y de llanista que de hoy, en adelante, no tendrá por qué reprocharme.
– Así me gusta, muchacho –le interrumpe Facundo, a tiempo que agrega-: ahora me va a probar que es bueno y digno de mi amistad; primero, vamos a pulsear, después, nos veremos a puñal…
Se lleva una mesa y dos sillas. Y siéntanse frente a frente. El gauchaje murmura. Empieza la pulseada. La lucha es reñida…. Pártese en dos la mesa. Y no hay vencido ni vencedor. Una gritería desigual inunda el ambiente, en tanto abrázanse Facundo y el Chacho.
Después de un instante, El Tigre de los Llanos, presa de nerviosidad, va al interior de una pieza. Al rato vuelve con un puñal.
– Vamos a la otra prueba…. –invítale Facundo al Chacho, entregándole el arma.
Comienza la lucha, mientras los gauchos rodean a los contendores, riendo a carcajadas y moviéndose jubilosamente. Facundo ataca con rudeza y el Chacho neutraliza todos los golpes. Brillan y chocan los aceros. El Tigre de los Llanos no puede quebrar la defensa del Chacho y al fin no hay vencido ni vencedor…
Facundo, que a la sazón es Gobernador de La Rioja, expresa su admiración hacia el noble hijo de Güaja, diciendo en tanto lo abraza:
– Vean muchachos: responde este llanista. Es valiente y hábil. Desde hoy se alistará en nuestros ejércitos y luchará con nosotros por la justicia y la libertad.
Los gauchos se emocionan e irrumpen en gritos de algazara, mientras suena, triste y nostálgica, la guitarra llanista, al compás de coplas armoniosas y simples…