El diputado y tribuno Manuel Dorrego
Manuel Dorrego ocupó una banca en la antigua Legislatura Porteña –que quedaba, entonces, en la hoy reconocida “Manzana de las Luces” de Monserrat- por un período de tres años, entre 1823 y 1826. Fue uno de los tantos cargos que tuvo dentro en la administración pública provincial, y seguramente el menos conocido de ellos.
El diputado
Llegará a ocupar una banca gracias a la sanción de la Ley de Olvido, que en septiembre de 1822 permitió que nueve desterrados, entre ellos Dorrego, regresaran al país. Se sometió, por lo tanto, a dicho reglamento y, al poco de instalarse en Buenos Aires, se puso a disposición del gobernador provincial brigadier general Martín Rodríguez.
Sin estar del todo convencido de los lineamientos políticos e ideológicos del hombre fuerte de Rodríguez, hablamos del ministro Bernardino Rivadavia, el coronel Dorrego debió intervenir en el desbaratamiento de quienes formaron parte en la llamada “Revolución de los Apostólicos” o “Motín de Tagle”. Tal denominación se debió, en buena medida, al descontento que generaban las políticas antieclesiásticas de Rivadavia, consistentes en la confiscación de bienes de la Iglesia Católica, la supresión de órdenes religiosas, etc.
Sin embargo, Dorrego, si bien mandó detener a uno de los cabecillas de la intentona, como fue el Dr. Gregorio Tagle, sublevado el 23 de marzo de 1823, el militar federal apoyó a su viejo amigo Tagle a que pueda huir o fugarse de Buenos Aires prestándole su propio caballo. Según la tradición oral, Dorrego le espetó: “Váyase, doctor, ¡y que Dios lo ayude!”. Tagle regresará al Plata una vez que Dorrego asuma como Gobernador de Buenos Aires en agosto de 1827.
El coronel se incorporó al cuerpo de Representantes el 20 de octubre de 1823, no sin antes haber renunciado en dos ocasiones porque Dorrego tenía que atender una propiedad que estaba siendo afectada por diferentes epidemias en los pagos de San Antonio de Areco.
Según la opinión de distinguidos escritores, Dorrego ha dado “brillantes discursos parlamentarios” como legislador bonaerense, lo que configuraban en él a un ser de “indomable altivez cívica” (1). El padre del revisionismo, Saldías, dirá que por su oratoria, Manuel Dorrego estuvo a la altura de otros consagrados tales “como Monteagudo, Agrelo, Deán Funes, don Valentín Gómez, Agüero, Castro, Juan Cruz Varela, etc.”. De hecho, Saldías argumenta que el genotipo de Dorrego se ha perdido para siempre, pues era un “criollo de la antigua comuna porteña cuya especie se ha perdido al través de la evolución étnica que nos ha transformado”. Desde su banca de diputado, el coronel Dorrego vertía “conceptos galanos, intencionados e incisivos”, los cuales enunciaba tranquila y sonrientemente, añadía Adolfo Saldías. (2)
Su primera intervención sucedió en lo referido a la Ley de Reclutamiento, según la cual el Gobierno la estaría incumpliendo por una noticia que habría salido en los periódicos de la época. Ante la situación Dorrego sugirió, o bien investigar el cumplimiento, o no, de la normativa, o, si se tratase de una falsa noticia, enjuiciar al editor del diario por mentir. La denuncia por el incumplimiento legal radicaba en si era necesario que las milicias veteranas que componían los cuerpos de Húsares y Blandengues debían permanecer, o no, por tiempo indefinido en “la nueva línea de frontera” (3). Al parecer, dichas unidades se habían retirado del cuidado de la misma por considerar que no había peligros a la vista, posición que defendería Dorrego desde el estrado, argumentando que la acusación del periódico, que era enemigo del gobierno, no fue jamás contestada por un diario oficialista. Y porque, además, “ni esos hombres (Húsares y Blandengues) debieron ser destinados al servicio; y se les debía poner en libertad”.
Otra intervención que le cupo a Dorrego, ocurrió en la sesión del 3 de noviembre de 1823 con motivo del pedido de auxilio que hizo el gobierno de Montevideo a Buenos Aires para quitarse de encima la opresión y dominación de los brasileños. “(…) las circunstancias de Montevideo –expresó Dorrego- eran apuradas; y si no se resolvía este asunto inmediatamente, sería (…) ridículo e inoficioso tomarlo después en consideración”. Pidió, para eso, el que la Sala de Representantes saliera de su acostumbrada lentitud, y el mismo Dorrego sugirió que se le otorguen “los recursos necesarios” a los montevideanos. Sin embargo, no fue oído, y la Junta envió al efecto solamente un comisionados para que parlamentase con los invasores.
Como resultado, el Imperio del Brasil –ya independizado de la esfera lusitana- declaró que la Banda Oriental, por voluntad popular, quedaba anexada a su extensión territorial. De allí a un conflicto armado había un paso. Tuvieron que pasar casi dos años para que se desencadenaran los hechos; el 25 de octubre de 1825 comenzaba la Guerra con el Brasil, la que recién hubo de concluir el 28 de agosto de 1828.
Un año más tarde, Dorrego viajará a entrevistarse con Simón Bolívar en Potosí, Alto Perú. Aunque no está claro, el militar habría viajado a su encuentro para comentarle acerca de las maquinaciones de los brasileños que asolan la Banda Oriental, e invitándolo, de paso, para que Bolívar y sus jefes le brinden su apoyo a la Argentina. En el interín, el Alto Perú se independiza y troca su nombre por el de República Bolívar, antecesor inmediato de la actual República de Bolivia. Aseguran, además, que Dorrego buscaba en Simón Bolívar al libertador de aquella provincia robada, auspiciando, de ser necesario, su llegada a Buenos Aires para armar una expedición militar que aniquile a
El Congreso Constituyente
El 16 de diciembre de 1824 en Buenos Aires comenzó a sesionar el Congreso General Representante de las Provincias Unidas en Sud América (4), en donde Dorrego participaría, por intermedio de su amigo, el brigadier general Juan Felipe Ibarra, como Diputado por Santiago del Estero (5). Gobernaba la Provincia de Buenos Aires el general Juan Gregorio de Las Heras. En el Congreso, Dorrego asumió una posición tendiente a discutir y atacar las medidas centralistas y de reformas religiosas del presidente Bernardino Rivadavia (a partir de febrero de 1826), al tiempo que, invocando una postura federalista, polemizó sobre algunos puntos que debían incorporarse en la Constitución de 1824/27. Aquí visualizamos a un Dorrego que ha dejado de ser un porteño federal, y que, a cambio, se perfila como paladín de los derechos de las provincias del interior.
En medio de la discusión por la Carta Magna, estalla la Guerra con el Brasil, instancias, ambas, ante las cuales el Congreso debe ser contemplativo y obrar con sabios representantes que la dejen bien parada y con su soberanía incólume.
Dorrego estriba sus participaciones de tribuno entre la educación, la forma de gobierno y el derecho al sufragio. Son tres ejes que le acarrearán encendidas discusiones y que perfilarán su innegable empeño para la implementación de un sistema federal republicano, como veremos más adelante. Esto sucederá más que nada en 1826, puesto que el año anterior Dorrego permaneció, como se ha dicho, repartido en misiones en el interior y el exterior. El Congreso, mientras tanto, incrementaba la cantidad de diputados.
A él le causó indignación, por ejemplo, el hecho de que no todos los individuos pudiesen sufragar, contándose entre los vedados los estratos más humildes y esforzados, conformados por empleados, jornaleros, artesanos, soldados de línea y criados. Se quejaba el tribuno Dorrego de que “hay en la campaña apenas hombres que sepan escribir: ¿más por eso se les ha de excluir de este derecho? No, señor”. Demostrando que en su paso por los Estados Unidos ha observado cómo era su población, afirmaba lo siguiente:
“Señor, prácticamente en los Estados Unidos no se puede encontrar un hombre que no sepa leer y escribir, porque es tal ese país que para el muy pobre y para el dependiente de un artesano hay escuelas a que van de noche, y para el muy pobre hay otras adonde concurren el día de fiesta: hay más, que el patrón que tiene un dependiente o un artesano que tiene contratado, está obligado a hacerle recibir educación en estas escuelas. De consiguiente no se ha de suponer que porque sean jornaleros no han de tener instrucción”. (6)
En la Sesión del 29 de septiembre de 1826, Dorrego opinaba desde su banca de congresal constituyente sobre cómo podría organizarse el sistema republicano federal en la Argentina, es decir, de qué modo se podrían agrupar las distintas provincias para darle cuerpo. De modo que, para él “la Banda Oriental podría formar un estado; Entre Ríos y Misiones otro. (…) Otro la provincia de Santa Fe con Buenos Aires, bajo tal organización que su capital se fijase en San Nicolás o en el Rosario o en el punto que se considerase más céntrico”. En la misma tesitura, Dorrego decía que Córdoba era rica por la naturaleza de sus paisajes, lo que le permitía ser ella sola un estado, agrupando, luego, a La Rioja y Catamarca en otro, lo mismo que entre Santiago del Estero y Tucumán. En cambio, Paraguay y Salta también tendrían autonomía para ser estado como Córdoba.
De toda esta configuración, Dorrego prefería que cada uno de esos estados funcione bajo un sistema federal “que sea compatible con su instrucción, población y demás circunstancias”, advirtiendo que no se encuentran dificultades para que ello ocurra.
Al hablar sobre la educación de las poblaciones, el tribuno militar era partícipe de dejar que cada provincia mantenga su propio nivel de ilustración, a fin de que “a ninguna se le obligue, oponiéndole las trabas, a contramarchar ni a depender de otras”, y esto solamente se podría dar bajo un sistema federal, donde la autonomía es férrea condición para no estorbar a unos con otros sino, por el contrario, dejar que “cada una [de las provincias] en su órbita se coloque en la situación y capacidad que tiene”. (7)
Las provincias que se pronunciaban por el federalismo, antes de la sanción de la Constitución en 1826, eran Mendoza, San Juan, Córdoba y Santiago del Estero que tenía como representante, la última, a nuestro biografiado. Dentro de este bloque en el Congreso de Buenos Aires, Dorrego “será el vocero en las luchas parlamentarias inminentes”.
La función principal de su actuación va a ser la de romper el predominio unitario de las otras provincias: La Rioja, Tucumán y Salta, todas influenciadas por Gregorio Aráoz de Lamadrid. Por otra parte, ni la Banda Oriental –considerada una provincia pese a que desde hacía años estaba bajo dominio brasileño- ni Buenos Aires –sumamente dividida- podían computar votos por uno u otro régimen, mientras que Catamarca, San Luis y Corrientes iban a aceptar lo que optasen las mayorías en el Congreso Constituyente llamado para darle a la nación una Constitución.
Lo que le molestaba, por cierto, eran las acciones que por fuera de todo protocolo o legalidad constitucional venían haciendo los unitarios en distintas zonas del país. Una fue la urgencia por elegir presidente a Rivadavia en vez de poner en primer término la sanción de una Constitución, a la que le siguen estas otras barbaridades del unitarismo:
“(…) decapita la autonomía bonaerense, tolera intervenciones armadas en las provincias, entrega la conducción financiera del país al Banco Nacional dominado por los ingleses, y arrebata a las provincias sus riquezas mineras y entrega la tierra pública en garantía de empréstitos externos”.
El más claro oponente de Dorrego en la Constituyente va a ser Valentín Gómez, a la sazón, “paladín de la organización unitaria”. Utilizando como válido argumento la palabra armonía, el coronel Dorrego dirá que sólo el federalismo la puede auspiciar entre las provincias, a modo de no enfrentarlas unas con otras, lo que hubiese provocado que las más fuertes o poderosas se devoren a las más débiles o de menos recursos.
El 2 de octubre asume posiciones de defensa para con Santiago del Estero, y recibe siempre una respuesta negativa, de parte de los congresales unitarios, toda vez que abriga esperanzas de que el país adopte el sistema federal. Sus enemigos aducen la “escasez de las rentas de las provincias”, a lo que Dorrego retruca que “tan pronto como se implante dicho sistema [federal] la situación mejorará”. Los discursos de Dorrego se publican, íntegros, en las páginas de El Tribuno, que rivaliza con el rivadaviano El Mensajero. Junto a la pluma picante, agresiva y polémica del coronel, van a sumárseles las de Manuel Moreno –hermano del malogrado Mariano Moreno- y Pedro Feliciano Cavia.
Tanto enfrentamiento verbal y escrito del tribuno y periodista Manuel Dorrego redondearán una derrota para la causa federal, cuando la labor constituyente concluya el 24 de diciembre de 1826 con un serio revés para las autonomías provinciales. La sanción de la Constitución de tinte unitario que ese mes y año cegó las aspiraciones del interior, pone fin al pacto nacional, aunque la letra parezca decir lo contrario. Pero eso, era una simple apariencia. Desde el mismo 1º de enero de 1827, los congresales salen hacia sus provincias a irradiar la mala nueva unitaria, a tratar de persuadir, del modo que sea, que había vencido el centralismo de Buenos Aires.
Pero el grito pueblerino de los federales, acaudillados por Juan Felipe Ibarra, Juan Bautista Bustos y Juan Facundo Quiroga, en representación de Santiago del Estero, Córdoba y La Rioja, respectivamente, redoblarán la apuesta y derrotarán la implementación del unitarismo, lo que allanará el camino a Dorrego para asumir, en agosto de 1827, la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires y haciendo caer la inicua Constitución.