Combate de la Guardia de Luján
La Guardia de Luján, lo que es en el presente la ciudad de Mercedes, en la provincia de Buenos Aires, a comienzos del siglo XIX era una avanzada de la civilización, una cuña metida en lo que era campo y dominio casi exclusivo de la indiada indómita y cruel.
Allá por 1821, el límite más remoto de la frontera oeste de la provincia de Buenos Aires estaba constituido por la ciudad de Luján; y de ésta, la máxima avanzada era el Fortín de la Guardia de Luján. Jefe de la frontera era Manuel Ramírez; comandante del fortín, el capitán de artillería Ramón de Carvajal, el que contaba con dos piezas de a cuatro, y un puñado de húsares comandados por el capitán Federico Rauch, francés de origen, al servicio de la República.
Entre los años 1823 y 1825 la conflictividad fronteriza alcanzó un nivel sin precedentes; el estado de alarma llegó a tal punto que constantemente circulaban por la campaña rumores de invasión que con frecuencia no pasaban a acciones concretas. Las incursiones indígenas siguieron un ritmo estacional, incrementándose a partir de la primavera. Los primeros ataques indígenas que iniciaron esta etapa de conflictividad comenzaron a sentirse con fuerza en la primavera de 1823 y cubrieron un arco que se extendía desde Chascomús hasta la Guardia de Luján.
Refiere la tradición que, el 27 de octubre de 1823, unos 200 indígenas que regresaban de la zona de Salto arreando unas diez mil cabezas de ganado, atacaron, una vez más, al avanzado fortín. El combate habría tenido lugar en un paraje conocido como la “Cañada del Moyano”, correspondiente a las nacientes del arroyo El Moyano que es un afluente del río Luján sobre su margen izquierda.
Los bárbaros del desierto que contaban su triunfo seguro, dada la inferioridad numérica de los pocos soldados del capitán Carvajal, llegaron en su audacia hasta los mismos fosos del fortín; pero ese militar de la antigua escuela, que no se arredraba ante el peligro, proclama a sus artilleros y éstos rompen el fuego con sus diminutas piezas, las que contienen a los bárbaros, arrebatándoles la esperanza de un triunfo, descontado de antemano. Se veía el valiente capitán Carvajal abandonado de casi todos sus compañeros; una horda de salvajes rodeaba a su pequeño número de bravos, y la idea de su próximo e inevitable fin no lo hizo desmayar, y con el vivo y acertado fuego de sus piezas mantenido por una hora, no dejó de intimidar al enemigo, logrando salvar muchos heridos que yacían en el campo de batalla y obligando a los bárbaros a abandonar su empresa y con ella el precioso botín, cuya vista había ya empezado a halagarles.
Disponíanse a retirarse; mas el valiente capitán Rauch se presentó acompañado de unos cuarenta húsares que había podido reunir de su escuadrón, y sin perder un momento, da alcance al enemigo en momentos que el continuo cañoneo de las dos piezas del capitán Carvajal obligaba a los salvajes a abandonar un considerable número de hacienda. Fue preciso mandar hacer alto a los húsares del capitán Rauch, por el mal estado de los caballos; pero al día siguiente, rehecho el regimiento de húsares del pasado contraste, dio alcance a los indios, que habían vuelto a reunir mucho ganado, y, protegidos siempre por los certeros fuegos de las dos diminutas piezas de artillería del capital Carvajal, derrotaron completamente a los ranqueles, a quienes quitaron los cautivos y gran parte de los arreos.
Pero al combate de los soldados hay que agregar el episodio que ha hecho dignas de gloriosa memoria a las mujeres de la familia Colazo. Residentes también en la Guardia, quedaron solas cuando los hombres salieron a dar batalla. Próxima la indiada, tuvieron noción cabal del terrible destino que las aguardaba si caían en sus manos. La muerte era preferible al cautiverio; pero mujeres de una pieza y de su raza, de tener que morir prefirieron caer peleando. Y aunque fuera en apariencia, ya que no les quedaba ni un chuzo como arma.
De manera que emplearon un recurso harto femenino: la astucia. Y convirtiendo un viejo mortero de quebracho para pisar maíz en inofensivo aunque amenazador cañón montado sobre las ruedas de una carretilla, lo emplazaron en una esquina del foso que les servía de baluarte. Luego, la madre y las cuatro hijas se endilgaron ropas de los hombres de la casa, transformándose, a su vez, en artilleros. Así, cada vez que la indiada se aproximaba, una de ellas enarbolaba un tizón, cual si se dispusiera a dar fuego a la mecha del cañón, y el efecto era decisivo: los indios hacían volver grupas a sus bestias en procura de un lugar seguro.
Todo esto hasta que llegó Rauch con sus hombres y puso fin a aquella acción –una de tantas- de la cual sólo se conserva un vago aunque no por eso menos digno recuerdo tradicional.
Después del combate en los flancos de la cañada de Moyano el teniente coronel Juan Antonio Saubidet contó sus muertos: un total de 52 bajas. Allí cayeron el alférez Gala, los capitanes Navarro y Castañer, un sargento, dos cabos y varios soldados.
En conmemoración de las vidas perdidas se erigió en el mismo sitio en que fueron enterradas, un monumento con una cruz de madera, ubicado en la curva que realiza la calle 26 al doblar en dirección al río Luján, unos 100 metros antes del puente (34°38’48.71? S 59°27’25.82? W). Es uno de los monumentos históricos de la ciudad de Mercedes, que pasó a ser conocido como “Cruz de Palo”.
Fuente
Cuenca, Nepomuceno – Cuando Mercedes era el último fortín al oeste de la provincia, Buenos Aires (1943)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Ratto, Silvia – Estado, vecinos e indígenas en la conformación del espacio fronterizo, Buenos Aires 1810-1852, (2004).
Tabossi, Ricardo – Los blandengues de la frontera y los orígenes de la Guardia de Luján, Mercedes (1981)
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar